El sentimiento de venganza: ¿es para siempre?

El sentimiento de venganza: ¿es para siempre?

La venganza es uno de los sentimientos más universales que existen. El arte y la literatura llevan recogiendo desde tiempos inmemoriales ese proceso de incubación interna en el que se visualiza el “cómo”, anhelando que llegue el tan deseado “cuando”. En mi caso, la primera novela que leí con este concepto como vehículo argumental fue la archiconocida “La venganza del conde de Montecristo”, de Alejandro Dumas. Una historia que ejemplifica a la perfección lo que estoy contando. El protagonista es embarcado en esta montaña rusa de emociones a la que me vengo refiriendo al ser víctima de una injusticia pasional que terminará con su feliz vida.

En el tramo ascendente de su recorrido, Edmundo irá acumulando fuerza y coraje hasta encontrar el móvil que le permitirá llevar a cabo su venganza: el tesoro de Montecristo. Al escapar de la prisión, ya convertido en el personaje de su invención, se reincorporará de nuevo a la sociedad ocultando su verdadera identidad no solo frente al villano que le injurió sino también ante su exesposa, a la cual, cree copartícipe de la traición. Pero entonces, el descubrimiento de la verdad —que ella también es una víctima, y que el hijo que cree de otro es en realidad el suyo propio— provocará que alcance el cénit de ese largo lift y el vagón que recorre la montaña rusa emocional se precipite rápidamente hacia el vacío.

En esa frenética bajada tendrá que recopilar el coraje necesario para ser magnánimo y no llevar a cabo su cruenta venganza. Al menos no en la forma prevista inicialmente. Y, como colofón de tan vertiginoso viaje, llegará la apertura al perdón y a la redención.

Punto de inflexión

Este arquetipo es un reflejo acertadísimo de cualquier experiencia vital en el mundo real. A distintos niveles, todos hemos experimentado esa epifanía ejecutando en nuestra mente el plan contra nuestro malhechor para reestablecer la justicia inicial desaparecida. Y en muchos casos como el del conde, ese escozor interior puede ser la única fuerza que nos mantenga en pie y que haga que sigamos adelante, esperando sin duda a que llegue el ansiado día de cobrarnos lo que nos arrebataron: la tranquilidad, la confianza, la dignidad, quién sabe.  

Sin embargo, yo me pregunto: ¿dónde se encuentra el punto de no retorno? Es decir, ¿a partir de qué instante ese impulso vigorizante proporcionado por la venganza empieza a convertirse en resquemor y amargura? Tal vez sea bueno y, digo más, humano, abrazar este sentimiento ancestral cuando llega fortuitamente a nuestra vida para canalizar la energía negativa procedente de nuestro dolor hacia afuera, pero, como en todo proceso de duelo, lo más sano y deseable es que dicho proyecto de venganza se quede en el campo de la teoría. Como una alegoría de lo que en nuestra visión el universo debería hacer para reestablecer el karma.

Las ganas de venganza se desvanecen con el tiempo

Llegado el momento, hablo por mí, los deseos de venganza flaquean. Y al final comprendes que, sí, estás en todo tu derecho de pagarle con la misma moneda al agresor, pero no es tu cometido repartir derecho por el mundo como si estuvieras por encima del bien y del mal.

La catarsis liberadora que se siente al desprenderte de ese estado perenne te hace darte cuenta de que, puestos finalmente a olvidar la afrenta, desde el principio podíamos haber enfocado el conflicto de muy distinta manera. Sobre todo, sin ese desembolso emocional durante el tiempo que se ha estado con el runrún en la mente. Pero supongo que esto es de ese tipo de cosas que es necesario pasar por ellas para entenderlas.

Y no digo yo que alguna vez no se pueda hacer justicia de forma legítima, pero sabremos que será un ejercicio asépticamente imparcial porque no habrá un solo atisbo de rencor.

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