Patria: aunque no logré empatizar con la madre del etarra, la serie hace un ejercicio muy necesario

Patria: aunque no logré empatizar con la madre del etarra, la serie hace un ejercicio muy necesario

Hay que reconocer que cuando a HBO le sale una serie buena, le sale de rechupete. Patria, una producción española-latinoamericana, basada en el best-seller homónimo de Fernando Aramburu, plasma con maestría las dos partes del conflicto de ETA: la de las víctimas de la banda terrorista y la de los familiares cuyos hijos y conocidos dejaron sus vidas atrás para enrolarse en la causa Euskal Herria como proyecto político y acabaron manchándose las manos de sangre.

El magnetismo de dos mujeres

La historia de Patria es la historia de dos familias. Una en el lado de las víctimas y la otra en el lado de los simpatizantes de ETA. Bittori (Elena Iruteta) y Miren (Ane Gabarain) son las matriarcas y cabezas visibles de esos dos bandos.

Con su rol, ejemplifican estas dos posturas irreconciliables y antagonistas. Cada una con su propia visión del dolor –de esposa o de madre– y una forma distinta de apreciar los hechos en base a su lugar en el conflicto y a su situación socioeconómica.

Bittori es más desapegada. Afronta su duelo alejándose de todos, hasta de sus hijos; por el contrario, Miren es más pasional, más quejumbrosa, sobrevive a base de alimentar su flama. Pero ambas comparten el nexo común que caracteriza la forma de ser de las personas del norte.

La interpretación de ambas es tan genuina, que te quedas pegado a la pantalla cada vez que aparece una de ellas. Sin duda son el motor de la serie.

Una narrativa generosa

A pesar de las controversias en Twitter que acusan a esta historia de partidista, el relato de Aramburu no solo intenta empatizar con el bando de las víctimas de ETA, sino que acerca al espectador a las motivaciones que pudo llevar a un grupo de muchachos corrientes a enrolarse en una campaña violenta y acabar matando en nombre de una causa política. Para mí esto es lo más interesante porque intenta curar una herida abierta desde el respeto.

Para condenar los actos terroristas no necesitamos una serie de ficción. Es obvio. Pero Patria nos muestra cómo muchos de estos hijos que abandonaron a sus padres, tirando su vida por la borda, en su mayoría fueron peones a los que otros “cerebros” sorbieron el seso. Así lo evidencia el personaje de Gorka (el hijo de Miren) cuando dice que una vez que Euskal Herria sea libre lo que quiere es retirarse a la paz del campo y tener una vida tranquila.

Esto es ficción, pero en la realidad, ¿cuántos cómo él, hasta el momento personas pacíficas, cometieron el error fatal de atreverse a matar por una causa que ni ellos mismos alcanzaban a comprender? Solo movidos por el odio injertado de aquellos que les hablaban de un movimiento opresor que buscaba destruir su cultura y el euskera.

No hay vuelta atrás

Como decía, Patria no solo muestra el dolor de las víctimas. También da oportunidad de mostrar el otro lado de la moneda: cómo la policía y la guardia civil respondían brutalmente contra lo que consideraban una lacra inhumana, ya fuera en un registro de una vivienda sospechosa o en la forma de interrogar a los detenidos.

Miren sufre y reza a San Ignacio para que se apiade de ella y de su hijo en la cárcel. Pero en sus ansias por defender a su primogénito, justifica lo injustificable. Mira para otro lado, espoleada por los miembros afines que le rodean en el pueblo (representados por la figura del párroco, entre otras) y no reconoce el daño causado a la que fue su propia amiga por muchos años.

Con la narración de este conflicto, podemos comprobar que incluso al otro lado se pagó también un precio muy alto. Lo pagaron, eso sí, los que menos culpa tenían: los familiares. Y vemos que, en muchos casos, antes de enrolarse en la banda, sus miembros eran personas corrientes con una familia y un contexto sociocultural similar al de sus víctimas. No eran supervillanos de un videojuego ni monstruos creados en un laboratorio. Eran personas como tú y como yo.

Desafortunadamente un día estas personas decidieron tomar un camino sin vuelta atrás. Un camino en el que sembraron terror, miedo y muerte innecesarios. Contra sus propios vecinos. Contra otros seres humanos. Todo por el germen de una idea.

Y, francamente, esto es lo que más pena me da.

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