Por faltarnos, nos falta hasta originalidad

Y por fin cayó. Bastante duró el mercadillo benéfico hecho a medida que Angela Merkel tenía pensado para Europa. A pesar de los esfuerzos por mantener encendida, en apariencia, la llama de la esperanza. A pesar de los logros obtenidos con la caída de los últimos bastiones, como Reino Unido o la propia España, que finalmente accedieron a acoger la cuota de refugiados que dictara la Unión Europea. Al final, el pebetero se ha apagado.

Y la responsable de apagarlo con un soplo salido de sus labios ha sido la propia Merkel, quien, al ver lo poco popular que resulta entre algunos de sus votantes su política migratoria y su predisposición a acoger refugiados –en las recientes elecciones regionales ha perdido tres estados-, ha dado un giro de ciento ochenta grados al ver cómo la derecha populista que rechaza la entrada de inmigrantes le come terreno entre el electorado.

La que apenas hace unas semanas se hacía ver como adalid de esta desafortunada causa, haciendo entender al resto de miembros europeos la importancia de ser solidarios con los exiliados sirios, ahora trabaja junto a los Jefes de Estado y el Gobierno de la Unión Europea en un programa que permitirá deportar refugiados  de manera legal a Turquía. Y lo peor es que el argumento esgrimido no es, ni de lejos, suficiente para justificar semejante infamia: “sólo se actuará con los refugiados que lleguen de forma ilegal a Europa. De esta forma se luchará contra las mafias” ¿Qué papeles se les puede pedir a cientos de personas que han abandonado fortuitamente su patria y su tierra para dejar atrás el horror humano más atroz, como es la guerra? Estoy de acuerdo con que haya un control, pero señores, un poco de seriedad, que estas pobres gentes son exiliados, no están haciendo el “interrail”.

Pero sería cínico mirar hacia Alemania cuando ese mismo sentimiento populista lo tenemos en casa. El miedo a que nos aprieten unas más que apretadas tuercas nos hace pensar que los que vengan de fuera nos quitarán lo poco que tenemos, y el recelo hacia estos intrusos crece, contribuyendo a cerrar aún más las fronteras físicas y mentales. Mientras tanto los hay que aprovechan este caldo de cultivo para soliviantar a las masas y arrastrarlas a una falsa dicotomía: o ellos o nosotros, para todos no hay. Y con el paso de los días, miles de seres humanos se agolpan frente a la entrada de nuestro hogar, hacinándose en el barro donde hombres, mujeres y niños malviven, esperando a que les abramos la puerta. Del otro lado, los europeos subimos el volumen del televisor haciendo ver que no hay nadie en casa, como cuando esperamos a que el molesto vendedor a domicilio se dé por vencido y deje de llamar. Pero llegará el día en que los libros de historia recogerán esta injusticia de la cual somos cómplices como el cáncer de Europa. 

La guerra de Siria, mal que nos pese, es una consecuencia más de los movimientos geopolíticos con los que las potencias occidentales han sacudido a oriente próximo desde la primera guerra mundial. Y para una vez que parecía que íbamos a correr con los gastos, ya con la cartera en la mano, ¿nos rajamos y le pasamos la cuenta a Turquía con una burda promesa de dejarle por fin formar parte de nuestro club? Ya no es vergüenza lo que nos falta. Por faltarnos, nos falta hasta originalidad.

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