El auge de los videojuegos: bienvenidos a Chorriland

El auge de los videojuegos: bienvenidos a Chorriland

Acaba de cumplirse un año del confinamiento. El famoso lockdown que dirían los ingleses ha puesto a prueba los límites de la paciencia física de nuestros cuerpos, privándonos de poder realizar actividades al aire libre. Y aunque en verano volvimos a salir a la calle, los confinamientos selectivos y las intermitencias en las restricciones de movimientos han provocado que la sensación de cautividad se prolongue y en nuestras mentes sigamos encerrados.

Curiosamente en esa época el tiempo pasaba más rápido. La rutina diaria se veía reducida (en mi caso) a trabajar hasta media tarde en mi habitación-despacho y, una vez solventadas las labores cotidianas de la casa, acabar reptando hasta la chaise longue para “dejarme morir” o disipar la energía negativa acumulada de estar encerrado entre cuatro paredes. Reconozco que soy, por naturaleza, sedentario. Y gran parte de mis aficiones requieren de una pantalla. Pero llega un punto en que, no solo tu cuerpo, tu mente te dice: “Necesito respirar”.

Sin embargo, en ese momento la única salida permitida que tenía era mi visita semanal al hipermercado, caminar entre los pasillos de un entorno cerrado, comprar los artículos de mi lista y volver a casa. Ir de escaparates por lo menos se podría considerar una visita recreativa, pero nada que ver. Era más mecánico que contemplativo y, claro, eso te mata el espíritu.

¿Qué hacer para escapar?

Hola, videojuegos

Fue entonces cuando me dio por recuperar un hábito olvidado: los videojuegos. Los profanos que todavía piensan que la industria consiste en aporrear botones para matar muñequitos como en los ochenta tienen mucho que aprender. Además de ser los amos del cotarro en cuanto a audiencia se refiere —no hay más que fijarse en el crecimiento de la red social Twitch y de los e-sports—, la evolución de la técnica y las tramas han aupado a muchas de estas obras a la altura del séptimo arte. Si incluso cuentan con los mismos actores de doblaje.

Por no hablar de la función de desarrollo cognitivo de los videojuegos. Ahí quería yo llegar. Hay estudios que demuestran que la realización de muchos de los puzles que te encuentras en estos juegos fomenta el pensamiento lateral y activa partes de tu cerebro.

En esta corriente de pensamiento me encontraba yo cuando decidí comprarme la “maquinita” de Nintendo —porque para esto soy muy clásico— y lanzarme a disfrutar de este nuevo placer evasivo. No sabía lo que aguantaría, porque yo soy lo que denomina un jugador casual, pero sorpresivamente desarrollé un hábito y casi todas las tardes dedicaba un ratito a última hora a conectarme a este nuevo mundo. Y no solo conseguí desprenderme del mal humor y del tedio, sino que empecé a sentir que el razonamiento lógico que ponía en uso para superar los desafíos digitales me ayudaba a pensar más ágilmente en la vida real.

Pero, sin duda, lo que supuso un oasis de salvación en toda esta etapa oscura del encerramiento fue la llegada de un videojuego. Ni siquiera Nintendo se imaginaba la repercusión que tendría.

Nuevos horizontes

Imagina esto: estás en tu casa aburrido sin poder salir. De repente, un mapache te ofrece la posibilidad de irte a una isla desierta y empezar una nueva vida de cero. Con una tienda de campaña y una radio, desde aquí, poco a poco irás dando pasos que te llevarán a ampliar tu hogar, decorarlo, aprender a elaborar tus propias herramientas y construir de cero una comunidad con el resto de habitantes de la isla.

Pero eso no es todo: por otro lado, está la aventura de descubrir el paisaje, pescar, cavar, recoger frutos, bucear y estudiar a la flora y fauna del lugar. Todo al aire libre, en un entorno virgen y que además va acorde con la hora real a la que estés jugando. Si te conectas por la mañana, verás el sol, y si lo haces por la noche, las estrellas. Igualmente, para festividades y estaciones del año. Dependiendo de en qué hemisferio se encuentre tu isla, será invierno o verano. En un año de confinamiento, Filomena y demás restricciones, ¿no supone una doble evasión trasladarte a este entorno paradisiaco en el que todo es sencillo y la tranquilidad neutraliza cualquier mota de estrés que lleves contigo?

Porque eso sí, este juego no va de pasártelo, sino de vivirlo. Da igual que no seas un manitas o no se te dé bien la jardinería. Aquí es pan comido. Ya no hay excusas para no desarrollar facetas que no te atreverías en la vida real.

Epílogo

Por supuesto, los asuntos sociales también reclamarán tu presencia. Tal es así que participas en la elección del nombre de la isla, la ubicación de las casas de tus vecinos, que son animales super amables a los que les encantan tus ideas y te hacen regalos cada dos por tres, o la construcción de nuevas infraestructuras que permitan traer más vidilla a Chorriland. Ese es el nombre que le puse a la mía. Ya me tomo la vida real demasiado en serio. Y ya que me evado con esta distracción, lo hago del todo. Hemos venido a jugar y a pasarlo bien, ¿no?

Y como yo, miles y, tal vez, millones de jugadores en todo el mundo se han lanzado a vivir su propia historia plagada de actividades y sin salir de casa. No estoy haciendo apología del sedentarismo, pero, para los que somos más de mente inquieta que de culo inquieto, creo que este videojuego ha llegado en el mejor de los momentos. Nintendo no ha inventado nada nuevo: este género conocido como farming lo tienes en muchos juegos de granjas y otras aplicaciones móviles gratuitas.

Pero el poder formar parte de una comunidad y verla crecer desde el principio ha disminuido ese efecto de aislamiento vivido en el último año (y más para aquellos que viven solos). Tal vez en otras circunstancias no habría tenido el mismo impacto. Pero a veces las cosas vienen rodadas y otras veces no.

Por lo pronto, os dejo una foto de mi comienzos en mi jardín nevado con mi gorrito tulipán y mi camiseta de marinero. Ya ha llovido desde esa foto, pero siempre es bueno recordar los principios. Os espero en mi isla.

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